Todo el mundo conoce al doctor Jekyll como un caballero educado y gentil, que siempre ha aspirado a ser un ciudadano serio y respetable, expectativas que parece haber alcanzado. Sin embargo, preocupa cada día más a su círculo de amigos más cercanos. Su gran amigo y notario, Utterson, no entiende por qué motivo Jekyll planea dejar su fortuna a un tal Edward Hyde, un hombre hasta entonces ajeno del que cuando pregunta solo recibe malas referencias. Jekyll reconoce sentirse obligado con Hyde y Utterson sospecha que su amigo es víctima de un chantaje.
Escribe, Roberto Luis |
Su propio éxito podría considerarse también su mayor tragedia, puesto que cuando nos embarcamos en esta lectura lo hacemos conociendo la identidad de Hyde, que, sin embargo, es un misterio hasta el mismo final de la novela. Es una lástima que, estando tan deliciosamente construida para dejarte con la boca abierta al final, por su fama esto ya no es posible.
Sin embargo, eso no le resta para nada encanto, pues a pesar de que el giro argumental es asombroso, no es menos impresionante su estilo narrativo y, especialmente, destaca su carácter alegórico sobre la naturaleza humana, sobre el bien y el mal.
Ya adentrándonos en spoilers que, como hemos dicho, no pueden considerarse como tales, queremos destacar una concepción que entendemos equivocada del personaje, como suele ocurrir con todos los clásicos que han pasado a formar parte de la cultura popular de una forma alterada por sus numerosas adaptaciones, no siempre acertadas.
A raíz de esto se ha perpetuado la idea de que la pócima desarrollada por el doctor proporciona al que la consume una personalidad completamente nueva y volcada únicamente a hacer el mal.
Pero si nos acercamos a la novela dejando a un lado las ideas preconcebidas y dispuestos a conocer la historia desde cero, descubrimos que esto no es cierto totalmente. El propio Jekyll nos hace saber que Hyde no es una criatura artificial que haya surgido como producto de los experimentos, sino que ha formado parte de la persona desde su nacimiento y que el verdadero propósito de la pócima es liberar los rasgos de la personalidad que mantenemos ocultos.
Todo el mundo puede matar. Todo el mundo puede hacer daño. Todo el mundo puede ser increíblemente grosero. Pero la mayoría intenta contener ciertas pasiones primarias e instintos para vivir en una sociedad y ser aceptado como miembro de la comunidad.
Y eso es lo verdaderamente terrorífico. Todos tenemos un Hyde dentro de nosotros. Agazapado, dispuesto a salir en el momento en el que tengamos las defensas más bajas o amparados bajo el manto del anonimato. Que estas pasiones oscuras se nos hagan incontrolables, o que lo sean para alguien al que teníamos por normal, es una idea que nos perturba y nos incomoda, porque todos lo hemos temido en algún momento.
Y, en cambio, qué diferente sería si esta poción se le administrase a los peores criminales. Continuando con las explicaciones de Jekyll, el lado menos desarrollado de su personalidad, en este caso la más bondadosa, saldría a la luz.
Con estas reflexiones, finalizamos nuestro tercer Mes del Terror. Esperamos que hayáis tomado nota, no actuéis como los pacatos victorianos que destruyen sus mejores relatos de terror: Compartid los vuestros con nosotras y animaos a leer los que aquí os hemos dejado.
Hola Violeta, llego tarde para leer este también para Halloween jjaja pero como pasó con los dos relatos anteriores que me presentasteis, también me dejas con ganas de leerme este estupendo cuento que tan famoso es el mito, pero que pocos han conocido más a fondo. Yo lo leí en inglés para el colegio hace ya... mucho jaja así que me encantaría acercarme a sus páginas pronto ;) un abrazo!!
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