Reconozco que la ciencia ficción ha sido siempre una de mis
asignaturas pendientes. Ya sea porque ciertas doctrinas nunca me interesaron,
ya sea por la falta de un criterio bien definido a la hora de catalogar las
obras pertenecientes a este género, todo aquello que se catalogase como
“ciencia ficción” acabó por producirme irremediablemente un rechazo instantáneo
nada más oír su temática.
Que me perdonen los amantes del género, pero cada vez que
intentaba un acercamiento encontraba mucha ficción y poca ciencia. Pareciera
como si con tal de introducir un robot, vida extraterrestre o una ambientación
futurista ya estamos ante una obra de ciencia,
si bien nunca había una explicación científica más allá de que la robótica
avanza a grandes pasos o que es desconocida la vida más allá de nuestro
planeta. Explicaciones tan vagas, basadas en suposiciones aún más vagas, que me
hacían difícil ver una diferencia real entre la ciencia ficción y la fantasía.
Más bien parecía una fantasía con pretensiones a algo más.
Así que cuando en un cursillo literario hubo que leer y
comentar algunas obras de H. G. Wells,
uno de los padres de la ciencia ficción, afronté el reto con un tanto de recelo
y más por obligación que por placer. Sin embargo, al poco de comenzar la
primera obra quedé absolutamente encantada. La novela en cuestión recibe el
nombre de La isla del doctor Moreau y
es uno de los títulos más célebres del autor británico.
Tras varios días como naufrago a la deriva, el joven
Prendick es recatado por un barco que lo lleva a un misteriosa isla, habitada
por unas personas de aspecto rudo y rozando lo bestial, donde un enigmático
doctor llamado Moreau lleva a cabo experimentos secretos con diversos animales,
de los que Prendick no oye otra cosa que los gritos de dolor de las fieras.
La novela tiene más de ciencia que la profesión de Moreau.
Para cuando Wells concibió su obra, las teorías evolutivas de Darwin, que
situaban al hombre entre los animales y no como un ser superior, tal y como se
venía pensando, acababan de publicarse. Estas ideas de evolución (y su
antagonista, la regresión) y de igualdad entre hombre y bestias, junto con la
supresión de los instintitos, marcan profundamente el carácter de la novela,
por no decir que la trama gira directamente en torno a ellas. Ni qué mencionar
las abundantes explicaciones y reflexiones sobre cómo estos temas afectan a los
hechos y experimentos que tienen lugar en la Casa del Dolor.
Cartel promocional de la adaptación al cine de 1977 |
Narrada de forma sencilla y directa, sin rodeos, de forma
clara y fácilmente comprensible, esto no le impide a Wells regodearse en una
atmósfera asfixiante y angustiosa, de ansiedad y rozando lo terrorífico, ni
escatima tampoco en poner sobre la mesa temas de reflexión y debate. Temas tan
vigentes hoy en día como los derechos y la dignidad animal o qué es lo que
diferencia realmente al hombre de los demás animales, si es que hay alguna
diferencia real. Todo ello sin que el interés del lector en saber lo que
ocurrirá a continuación mengue por un solo instante. No es una obra en absoluto
aburrida, sino increíblemente adictiva.
Creo que puedo afirmar que La isla del doctor Moreau ha
supuesto un antes y un después en mi vida, no solo por la maestría de Wells,
que hace imposible que le encuentre un solo defecto a la novela, sino por
reconciliarme con todo un género literario.
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