jueves, 8 de junio de 2017

El cuento de la criada

En la república teocrática de Gilead, en lo que antes fuera Estados Unidos, se hace frente a la escasez de natalidad debida a la esterilidad producida con la contaminación y las enfermedades venéreas, dividiendo a las mujeres según su capacidad para concebir. De este modo, a cada alto mando, a cada comandante, se le asigna una criada que sirva de vehículo para que él y su infértil esposa puedan tener descendencia. Sin embargo, aunque siempre es a la mujer a la que se acusa de estéril, se sabe que los hombres tienen las mismas posibilidades de serlo. Las criadas tienen tres años como tiempo máximo, sirviendo a un comandante distinto por año, para quedar embarazadas antes de que se las declare como "no mujeres" y se las envíe a un futuro incierto.

A grandes rasgos, este el futuro que plantea Margaret Atwood en una de sus obras más conocidas, El cuento de la criada. A través de una de estas criadas, llamada Defred y cuyo verdadero nombre no se conoce (todas las criadas cambian de nombre según cambian de comandante, siendo este una combinación del posesivo "de" y el nombre del susodicho), se nos muestra lo que aconteció en el mencionado país americano a finales, supuestamente, del siglo XX para convertirse en un estado totalitario de raíces puritanas.

Imagen de la serie basada en el libro
estrenada en abril.
Que solo conozcamos la visión de Defred interesante desde el punto de vista narrativo. Como criada (y mujer, ya que todas lo sufren, aunque en menor medida) tiene prohibido crear lazos con los seres humanos que tiene alrededor. Solo sale de la casa para hacer la compra con la única compañía de otra criada como ella, con el riesgo siempre de que esta sea un espía del régimen. La esposa del comandante y las sirvientas, llamadas Martas, no le guardan simpatía. A este prácticamente solo lo ve durante La Ceremonia, el rito de fecundación, que es mecánico y desapasionado, con la esposa siempre presente. Su forma de moverse debe mostrar sumisión en todo momento y, en contraste con el rojo obligado de su vestido, guantes, zapatos, etc, una toca blanca le impide mirar hacia arriba. Tampoco tiene permitido el acceso a la lectura ni a ninguna fuente de conocimiento.

Defred (y, por ende, esta novela) es puro sentimiento: El que no le dejan mostrar en su vida diaria, lo desnuda en su narración, que no es más que la reconstrucción de los hechos al llegar la noche. Sus pensamientos van saltando de lo acontecido durante el día a su entrenamiento como criada y a su vida antes del golpe de Estado.

Se suele destacar de esta novela su crudeza, llegando a decirse que es difícil de leer por eso mismo. A mí no me resultó tan duro durante la mayor parte, si bien es posible que yo ya esté curada de espanto. Más que duro, me pareció agobiante, porque no entiendes bien en un principio qué está pasando, cómo el mundo se ha deshumanizado así.

Algunas ilustraciones del libro.
Sin embargo, nunca se llega a comprender totalmente lo que ha ocurrido. Al conocerse todo únicamente a través de Defred, es mucho lo que nos queda por saber sobre la sociedad de Gilead.  De hecho, creo que aquí, en el desarrollo del mundo, flojea bastante. Por ejemplo, me parece absurdo que los hombres no tengan un tratamiento similar a las mujeres en función a su fertilidad. ¿Qué sentido práctico tiene dar una mujer fértil a un hombre que no lo es? Y más aún, declararla nula tras tres años. O ignorar los avances científicos al respecto.

Sí, sé que El cuento de la criada tiene como base el puritanismo y la revolución islamista de Irán. Sé que en ninguno de los dos casos las mujeres salen favorecidas y que el fundamentalismo religioso acaba siendo contrario a la ciencia, pero también es verdad que la raza humana se está muriendo (al menos la caucásica, dicen en el epílogo, cosa que también se me escapa) y que las élites gobernantes acaban siendo los primeros en romper sus propias normas (cosa que no tiene por qué saber el ciudadano de a pie).

Por no mencionar algunas incongruencias, como que Cora y Moira tengan las trompas ligadas. Por su parte, Cora, una de las Martas, desea que Defred dé a luz porque ella no puede ser madre. ¿Por qué se ligó las trompas, entonces? Moira, lesbiana, fue reclutada como criada, si bien luego sabemos que hacía años se había hecho la operación. ¿Qué necesidad tenía? ¿Para qué la reclutaron?

Y lo que más me ha chirriado es que desde que los fundamentalistas tomaron el poder hasta el final de la novela han pasado apenas seis años. Es demasiado poco tiempo. El cambio de Irán fue rapidísimo, pero antes de las revolución del 79 ya llevaban más de 50 años recortando derechos a las mujeres.


Con todo, me ha gustado bastante este libro. Si bien la prosa de Margaret Atwood no me parece la mejor del mundo y hay algunos aspectos mejorables en la novela, la he disfrutado (si disfrutado es la palabra) bastante. Además, la visión distópica que la autora ofrece es interesante y merece mucho la pena reflexionar sobre ella y extrapolarla a la situación en la que vivimos actualmente.

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